A Brief Story Of Windsor
It was the year 1070 of the Christian era. William the
Conqueror, after the Northern Massacre that had taken place a few months
earlier, had allowed himself a break at Windsor.
The intense aroma of the laurel forest near the castle
works, located in a hillock, was one of the pleasures enjoyed by the king every
time he approached to supervise the construction.
That morning a great noise was heard. William rushed out of
his tent. He had been told that part of the wall had collapsed.
The state was deplorable. A breach had opened from the top
of the wall to its base, and some large blocks had fallen off, one of which had
come to fall on a man heading for the forest of laurels.
The wounded man, lying on the ground, did not stop
complaining. He was a small man and he was frightened. Guillermo leaned over to
find out how he was, and the man, about to die, told him:
"I take care of the forest of laurels. I come every day,
because there are buried my children, who died fighting for you. They are the ones who every day offer you the
aroma you enjoy, because they are the ones who feed, with their bodies and
souls, the forest of laurels. Please continue to care for the forest as you
would care for the most precious thing in your kingdom, and think that death is
manifested as life in the aroma of laurel."
Una pequeña historia de Windsor
Corría el año 1070 de la era cristiana. Guillermo el
Conquistador, después de la Masacre del Norte que había tenido lugar unos meses
antes, se había permitido un descanso en Windsor.
El intenso aroma del bosque de laureles cercano a las obras
del castillo, situadas en un otero, era uno de los placeres de los que gozaba
el rey cada vez que se acercaba a supervisar la construcción.
Aquella mañana se oyó un gran estruendo. Guillermo salió
deprisa de su tienda. Le habían comunicado que parte de la muralla se había
derrumbado.
El estado era lamentable. Se había abierto una brecha desde
la parte superior de la muralla hasta su base, y se habían desprendido algunos bloques
de gran tamaño, uno de las cuales había venido a caer sobre un hombre que se
dirigía al bosque de laureles.
El herido, tendido en el suelo, no dejaba de quejarse. Era
un hombre menudo y estaba asustado. Guillermo se inclinó para saber cómo
estaba, y el hombre, a punto de morir, le dijo:
-Cuido el bosque de laureles. Vengo todos los días, porque
allí están enterrados mis hijos, que murieron luchando por vos. Son ellos los que cada día os ofrecen el aroma
del que disfrutáis, porque son ellos los que alimentan, con sus cuerpos y almas,
el bosque de laureles. Por favor, seguid cuidando el bosque como cuidaríais lo
más preciado de vuestro reino, y pensad que la muerte se manifiesta como vida
en el aroma del laurel.