Friday, January 16, 2015

MÁGICA NAVIDAD

Esa mañana, como todas las mañanas desde hace años, estaba pidiendo limosna en la entrada del aparcamiento de la Plaza Mayor. Es el día de Nochebuena. Acudían a mi mente recuerdos de mi niñez, cuando en Navidades mi padre nos llevaba de la mano a mi hermana y a mí y recorríamos los puestos diseminados por la plaza que mostraban todo tipo de juguetes.  Al volver a casa mi madre, nos recibía con los brazos abiertos, nos llenaba de besos y nos hacía sentir muy bien. ¡Qué distinta es ahora mi vida!
Alguien interrumpió mis pensamientos y dejó caer una moneda en la manta con la que me resguardaba del frío. Le agradecí con la mirada el gesto y me contestó algo que no entendí.

Desde el día anterior no había podido comer nada, y de repente empecé a encontrarme mal. Una sensación de mareo me obligó a echarme sobre la manta. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Después oí lejana la sirena de la ambulancia y alguien me cogió del brazo. Ya no recuerdo nada más.

Cuando recuperé el conocimiento en una cama de hospital me encontré con unos ojos de un azul intenso que me observaban con preocupación.

- ¿Cómo se encuentra?

- ¿Dónde estoy?

- Lo han traído en una ambulancia. Está en el Hospital Doce de Octubre. Ha sufrido un desmayo.
- Me encuentro bien, pero me duele un poco la cabeza.

-Soy Ángela, su enfermera. Ahora descanse. En un momento vendrá a verle el doctor.
Pasó un rato, que se me hizo interminable, y apareció el doctor acompañado por Ángela.

- Los resultados de las pruebas no revelan nada anormal. Sólo se trata de anemia. ¿Desde cuándo no come?

- Hace un par de días pude comer un bocadillo y fruta que alguien me compró.

- Debería ir a un albergue. Allí podría alimentarse mejor y seguramente alguien le cuidaría.

- Muchas gracias doctor. Algunas veces visito el comedor social de Las Hermanas de la Caridad, en la calle Martínez Campos, pero después de un tiempo siempre vuelvo a la Plaza Mayor.

El doctor me saludó y se marchó. Era mediodía. Estaba solo y abatido. Quería salir cuanto antes del hospital, aunque allí encontraba consuelo en las personas que me atendían. Consuelo, refugio, algo que me protegiera de mi propia existencia.

Poco tiempo después Ángela entró muy decidida y me comentó:
- Le van a dar el alta. Hoy es el día de Nochebuena. ¿Quiere venir a casa a cenar?

No pude contener las lágrimas. Haciendo un gesto le dije que sí. Durante los últimos años no había tenido a nadie con quién estar en una noche tan entrañable.

- Muchas gracias. No quiero molestar. Usted tendrá familia y ellos no querrán tener en casa a un extraño esta noche.

- Estoy sola. Mi marido murió en un accidente de tráfico y no tengo a nadie, así que desde que ocurrió, estas fiestas tengo que pasarlas sola en casa.

Cenamos en su casa. Ángela era una cocinera excepcional. Disfrutamos de una cena maravillosa. Mesa con mantel, copas para disfrutar del vino, y unos exquisitos platos que siempre recordaré. Me empezó a contar la historia de su vida, los momentos trágicos de la muerte de su marido y sobre la suerte que tenía al ejercer la vocación de su vida en el hospital.

El día de Navidad me levanté después de haber tenido la suerte de dormir en una cama con sábanas limpias. Después de desayunar, Ángela me preguntó:
- ¿Quiere que asistamos a misa?

- Sí, pero no voy vestido con ropa adecuada para entrar en la iglesia.

- Tengo en el armario trajes de Alberto, mi marido. Me ha costado desprenderme de ellos. El era más o menos de alto como usted. ¿Quiere probarse alguno?

Se fue y apareció con varios trajes, ropa interior, zapatos....

El traje que me probé parecía hecho a mi medida.

- Le queda muy bien. Si quiere le puedo prepara estos trajes y se los pongo en una pequeña maleta. Seguro que Alberto estaría contento de que usted los pueda utilizar.

Fuimos a misa y al salir me dijo:
-Hoy vamos a celebrar que nos hemos conocido y le invito a comer en un buen restaurante.

Disfrutamos de una larga sobremesa. La conversación giró en torno a las personas que como yo están sin hogar, pero también me hablo de la alegría de vivir y de ayudar a los demás. Ya atardecía cuando volvimos a su casa.

- Si le parece me ayuda en la cocina y preparamos una buena cena.
-Ángela, yo no sé ayudar en la cocina.

- No se preocupe. Es muy fácil. Usted me ayuda a picar cebolla, ajo y perejil. Con esos tres ingredientes podemos hacer platos verdaderamente prodigiosos.

La cena fue frugal pero exquisita. Le agradecí todo lo que estaba haciendo por mí. Y cuando me quedé solo en mi dormitorio me arrodillé y recé por los dos días en los que había tenido la suerte de conocer a un ángel.
El día 26 me desperté en una cama en el hospital. Llamé al timbre e inmediatamente se presentaron varias enfermeras.

-Por favor, ¿pueden avisar a Ángela? No sé porqué estoy aquí.

-Lo siento mucho, pero no hay ninguna enfermera que se llame Ángela.

-¿Estoy en el Hospital Doce de Octubre?

-Sí. Desde el día 24 en el que sufrió un desmayo ha estado usted en estado de coma.

-No es posible. Me dieron el alta el día 24 y he estado con una enfermera de este hospital desde ese día.

-Lo siento. Usted ha estado en coma desde el día de Nochebuena hasta este momento. Se ha temido por su vida. Ha sufrido una crisis cardíaca que afortunadamente no ha tenido consecuencias.

No era posible. Tenía que haber algún error. Ángela me hizo el regalo de vivir una Navidad feliz y me querían hacer creer que esos días no habían existido.

Estuve varios días ingresado.  Cuando me dieron el alta, alguien me dijo que me había dejado  una pequeña maleta. Estaba en  mi taquilla....Era la maleta con los trajes de Alberto que Ángela me había preparado.

Salí del hospital consternado y asombrado.

Volví a mi rincón del aparcamiento de la Plaza Mayor pensando en el milagro de Ángela. Nunca llegamos a tutearnos, y tampoco le revelé mi nombre.