Estaba
sentado en la terraza de una cafetería leyendo tranquilamente el periódico y tenía
la sensación de que alguien me estaba observando. Alcé la vista tratando de
descubrir al ladrón de imágenes pero no pude sorprender a nadie mirándome. Sin
embargo la sensación persistía y me hacía sentir incómodo. Al cabo de un rato
me levanté y abandoné la terraza. Me dirigía a casa cuando un joven con gafas
oscuras y un gorro de lana se interpuso en mi camino.
-¿Es usted el
profesor Newmann?
Su voz sonaba
metálica, como la emitida por un dispositivo de síntesis de voz.
-¿Quién es
usted? ¿Qué quiere?
-Hemos
secuestrado a su hija. Si la quiere volver a ver tiene que venir conmigo.
Me quedé
petrificado. No podía reaccionar. Sofía era lo único que tenía en el mundo y no
podía imaginar lo que estaría sufriendo en esos momentos.
-¿Qué le han
hecho a mi hija? ¿Dónde la tienen?
-No haga
preguntas y acompáñeme. No tenemos tiempo que perder.
Un coche de
gran cilindrada, con los cristales tintados, nos esperaba aparcado cerca de
allí. Forcejeamos y él me empujaba hacia el coche.
-No voy a ir
a ninguna parte. ¡Dígame dónde está mi hija!
Un fuerte
golpe en la nuca me dejó sin sentido. Cuando desperté estaba en casa, sentado
en el sofá y Sofía muy asustada trataba de reanimarme. Todavía tenía un fuerte
dolor en la nuca.
-¡Papá!
Gracias a Dios. ¿Qué te ha ocurrido? Menudo susto nos has dado.
¿Nos? Me
volví y detrás de mí estaba el joven con gafas oscuras y el gorro de lana.
Yo di un
respingo que casi me hizo caer del sofá.
-Es Richard,
un compañero de la facultad.
-Encantado de
conocerle profesor Newmann.
Su voz era
normal, no tenía aquel característico acento metálico.
Yo no sabía
que explicación dar a todo aquello. Todo ocurría tan rápido que no tenía tiempo
de pensar.
El joven se
situó delante de mí y extendió la mano, pero en su ademán había algo extraño.
Es como si no pudiera ver. Tardé unos segundos en reaccionar, y estreché su
mano no sin cierta aprensión.
-Su hija ha
tenido la amabilidad de invitarme a su casa y de presentarme a usted.
-Richard es
ciego.
El joven se
quitó las gafas y ¡las cuencas de sus ojos estaban vacías!
Creía estar
viviendo una pesadilla. Miré suplicante a mi hija. Ella no sabía nada, o eso
suponía yo, del episodio que me ocurrió en plena calle con el tal Richard.
-Pero
cuéntanos qué te ha ocurrido. Hemos llegado a casa y te hemos encontrado en el
sofá. Estabas inconsciente y no sabíamos qué hacer.
Mi querida
hija había orquestado un plan para deshacerse de mí. Me enteré cuando la
policía vino más tarde a detenerla. Ella, Richard y su hermano gemelo, habían
decidido secuestrarme y asesinarme. Un plan en el que no habían tenido en
cuenta el azar. Fue el azar el que me salvó la vida aquel día, ya que inspectores
de policía que seguían a otro individuo desde un coche, vieron como forcejeaba
con el hermano gemelo de Richard y llegaron a tiempo para detenerlo.