Abandonado en una esquina, el fajo de billetes no sabía qué
hacer. Su dueño, sin darse cuenta, lo había sacado del bolsillo y justo allí se
había quedado, esperando, muy preocupado pensando en su dueño. Pasaron los
minutos, las horas, y nadie venía a recogerlo.
A la mañana siguiente,
muy temprano, un niño se acercó peligrosamente pero ¡ay!, alguien lo llamó y el
niño se alejó del paquete. El pobre paquete no había podido dormir en toda la
noche. De repente oyó un gran estruendo, ¡una silla de ruedas motorizada se
acercaba a toda velocidad! ¡uy! …su conductor no reparó en él, y la rueda casi
lo destroza.
Por fin, pudo ver a lo lejos como su propietario se acercaba
corriendo y sudoroso. Después de haber pasado toda la noche a la intemperie y
de haber salido indemne de la curiosidad del niño y de la veloz silla de ruedas,
¡ahí estaba su salvador!
Pero…¡sintió a suela de un zapato que lo pisaba! Y alguien
se dirigió a su dueño diciendo:
-¡Oiga! ¿Dónde cree que va? ¿Pretende hacerse con este fajo
de billetes? Era un policía el que hablaba de ese modo.
-¡Usted quiere quedarse con algo que no es suyo!
-Por favor, ese fajo de billetes se me cayó anoche del
bolsillo…
-¡Miente! ¿Si es así, cómo puede demostrarlo?
Entonces tuve que intervenir.
-¡Quíteme el pie de encima! ¡Ese es mi dueño!
El policía dio un salto descomunal y salió despavorido.
Entonces fue cuando le dije a mí dueño:
-Haz el favor de tener más cuidado. Esta noche ha sido muy
dura y después casi no lo cuento.