La peste
Dieron las once las campanas del reloj de la iglesia, y como cada noche salió a la calle y se dirigió a la capilla situada a unas cuantas calles de su casa. El olor a jazmín inundaba la noche. Abrió la puerta y entró en el lugar sagrado. La luz de las velas proyectaba trémulas sombras sobre las altas y descarnadas paredes. Nadie había allí excepto las imágenes de la Virgen y los Santos, y en el altar la imponente talla de Jesús crucificado. La capilla era su refugio desde que perdió a su familia en la epidemia de peste negra. Se arrodilló y estuvo rezando durante más de una hora. Siempre lo hacía en el espacio que separaba un día de otro. Tenía el convencimiento de que la oración en esos momentos en los que acaba un día y empieza a nacer el siguiente, aseguraba la protección de Dios a los que ya no estaban con él. Había vuelto de su estancia en las islas, donde se encontraba ejerciendo como médico en el ejército. Confusas noticias le llegaron sobre la situación de su familia. Todos...