Tuesday, July 14, 2020

The Minaret - El alminar


The minaret

The Sun was setting. Weary rays of sunlight illuminated the slim octagonal figure of the solitary minaret. Soon, the muezzin would call the faithful to prayer. Shortly before, a scarcely visible crevice ran in an instant across the west face wall from its top to the ground, accompanied by a dull wail. The muezzin had attended, as far as his memory remembers, the prayers in that square presided over by the minaret. He was preparing to go to the square when he felt a strange sensation. Someone had told him about the death of the minarets. All those sacred places, after dedicating their lives to the offering to the faithful, sooner or later died. And his minaret had wanted to say something to him. He went to the splendid square to which the faithful began to go, presided over by the majestic tower. The muezzin wanted to be with his minaret, so, with a determined step, he started up the steep staircase and when the climb was almost over, the minaret moaned again, this time followed by a deafening noise. The muezzin hugged the wall, and for a moment all the memories of his life came to his mind. As he plunged into the abyss clutching the wall, he was comforted to know that he was going to die with his minaret.


El alminar

Atardecía. Los cansados rayos de sol iluminaban la esbelta figura de planta octogonal del solitario alminar. Pronto, el muecín llamaría a los fieles a la oración. Poco antes, una grieta apenas visible, recorrió en un instante la pared de la cara oeste desde su parte superior hasta el suelo, y la acompañó un lamento sordo. El muecín había asistido, hasta donde recuerda su memoria, a las oraciones en aquella plaza presidida por el alminar. Se preparaba para acudir a la plaza cuando sintió una extraña sensación. Le habían hablado de la muerte de los alminares. Todos esos lugares sagrados, después de dedicar sus vidas a la ofrenda a los fieles, tarde o temprano, morían. Y su alminar le había querido decir algo. Se dirigió a la espléndida plaza a la que empezaban a acudir los fieles, presidida por la majestuosa torre. El muecín quería estar con su alminar, así que, con paso decidido, empezó a subir por la empinada escalera y cuando casi culminaba la subida, el alminar volvió a gemir, esta vez seguido de un ruido ensordecedor. El muecín se abrazó a la pared, y durante un instante acudieron a su mente todos los recuerdos de su vida. Mientras se precipitaba al abismo abrazado a la pared, le reconfortaba saber que iba a morir con su alminar.