Sunday, February 26, 2017

Ann - Ana

Ann

I've known her since she was a child and while I could I protected her from everything and everyone. A few days ago I received an invitation to attend her wedding.
Just before the appointed date she called me and, sobbing, told me he needed to see me. I came to meet her with some concern. The Victorian building, located on the main street of the city, showed the social position of her fiancé. I rang the doorbell and a butler opened me and asked me to wait. She appeared, her face disheveled. A deep pain was discernible in his sad gaze. 'We have already married,' she told me.
The one who had just become her husband lay on his deathbed. With a sweet smile, he kept looking at her, as if wanting to take with him the image of his beloved, an image that gradually blurred. A deep groan, a desperate farewell, reached Ana's ears, foretelling her farewell.
Then, in an infinite effort, he opened his eyes to look at her fragile, broken figure, and whispered: 'Ana. Please, come’. She pressed her face to his and he said something in her ear. Ana came to me with her head down and with her low gaze told me: 'He asked me to want to see me naked for the last time. Please, can you leave the room?
The unexpected request left me perplexed and worried at the same time.

I was waiting for a time that seemed eternal. I decided to knock on the door and ask, 'Ann'. Nobody answered. ‘Ann, are you okay?’ Again, silence for answer. I decided to go in and the show was indescribable. Ana lay on the ground unconscious, completely naked, and her beloved, motionless, with her eyes open, seemed to have passed away. I hastened to see that Ann was breathing, but it was too late. There was a paper between her fingers. “I could not let him make this trip alone. Forgive me”.


Ana

La conozco desde que era una niña y mientras pude la protegí de todo y de todos. Hace unos días recibí una invitación para asistir a su boda. Justo antes de la fecha señalada me llamó y, entre sollozos, me dijo que necesitaba verme. Acudí a su encuentro con cierta preocupación. El edificio, de estilo victoriano, situado en la principal calle de la ciudad mostraba la posición social de su prometido. Llamé al timbre y me abrió un mayordomo que me pidió que esperara. Apareció ella con el rostro descompuesto. Un profundo dolor se adivinaba en su triste mirada. ‘Ya nos hemos casado’, me comentó. El que acababa de convertirse en su marido descansaba en su lecho de muerte. Con una dulce sonrisa, no dejaba de mirarla, como queriendo llevarse con él la imagen de su amada, imagen que se fue desdibujando poco a poco. Un gemido profundo, un adiós desesperado, llegó a los oídos de Ana presagiando la despedida. Entonces, en un esfuerzo infinito, abrió los ojos para fijarse en su figura frágil, rota, y susurró: ‘Ana. Ven.’ Ella acerco su cara a la de él y éste le dijo algo al oído. Ana se dirigió a mí con la cabeza gacha y mirando al suelo me dijo: ‘Me ha pedido que quiere verme desnuda por última vez. Por favor, ¿puedes salir de la habitación? La inesperada petición me dejó perplejo y al mismo tiempo preocupado. Estuve esperando un tiempo que me pareció eterno. Decidí llamar a la puerta y preguntar: ‘Ana’. Nadie respondió. ¡Ana!, ¡estás bien? Otra vez, el silencio por respuesta. Me decidí a entrar y el espectáculo era indescriptible. Ana yacía en el suelo inconsciente, completamente desnuda, y su amado, inmóvil, con los ojos abiertos, parecía haber fallecido. Me apresuré a comprobar que Ana respiraba, pero ya era tarde. Entre sus dedos había un papel….’No he podido dejar que hiciera este viaje solo. Perdóname’.