Fatal Blow
One, two, three ... The tower clock began to chime to say
goodbye to the year. The unusual image of the empty medieval square and poorly
lit by four small torches, left a trace of discouragement in the souls that,
kidnapped by the pandemic, wandered through imaginary universes looking for
something that would give them hope.
Before the last bell that would dismiss the year sounded,
the abbot turned his gaze to heaven, begging for a divine sign to end that
pandemic. A faint little light appeared in the distance and slowly became more
visible as he approached the square. A picosatellite the size of the abbot's
book of hours slowed until it was within inches of the stunned abbot.
Addressing him in ancient Latin, the voice of the picosatellite told him that
inside it was carrying the offering that, coming from heaven, would end the
pandemic. It continued saying that like happened with the miracle of the loaves
and fishes, that the holy water that all people should drink, would multiply so
that everyone could survive.
The abbot, believing that it was a Luciferian temptation,
plucked up his courage and dealt an accurate blow, disabling the artifact,
which ended up crashing to the ground.
And that is how that unfortunate act, after making that
piosatellite travel to the past bearing vaccines , did not prevent that
twelfth-century pandemic from wiping out more than half of humanity.
Golpe fatal
Una, dos, tres… El reloj de la torre empezó a dar las
campanadas que despedían el año. La inusual imagen de la plaza medieval vacía y pobremente iluminada por
cuatro pequeñas antorchas, dejaba un rastro de desánimo en las almas que,
secuestradas por la pandemia, deambulaban por universos imaginarios buscando
algo que les devolviera la esperanza.
Antes de que sonara la última campanada que despediría el
año, el abad dirigió su mirada al cielo
rogando una señal divina que acabara con aquella pandemia. Una débil lucecita
apareció a lo lejos y lentamente se fue haciendo más visible a medida que se
acercaba a la plaza. Un picosatélite del
tamaño del libro de horas del abad fue reduciendo su velocidad hasta situarse a
unos centímetros del atónito abad. Dirigiéndose a él en latín antiguo, la voz
del picosatélite le dijo que en su interior transportaba la ofrenda que,
procedente del cielo, acabaría con la pandemia. Que como el milagro de los
panes y los peces, que el agua bendita que deberían beber todas las personas,
se multiplicaría para que todos pudieran sobrevivir.
El abad, creyendo que se trataba de una tentación de
lucifer, se armó de valor y le asestó un certero golpe inutilizando al artefacto
que acabó estrellándose contra el suelo.
Y así fue como aquel desafortunado acto, después de hacer
viajar al pasado a aquel piosatélite, no evitó que aquella pandemia del siglo
XII acabara con más de la mitad de la humanidad.