Monday, November 8, 2021

Ann

 Ann

Ann traveled on vacation to Spain after having lived in Madrid for a few years during her childhood. The history of the Middle Ages had been her passion ever since her father, a great diplomat, was stationed in Spain.  His stories had stimulated the little girl's imagination and she had never stopped remembering visits to those silent and impressive castles that held unspeakable secrets.

She got off the plane and headed for the hotel. That same afternoon she had booked a visit to the Romanesque castle of Loarre, in the province of Huesca. She took the photos out of her bag and looked at them once more. In the most important photo, there was an enigmatic suit of armor at the entrance to a splendid hall. She had examined the photo many times as an almost imperceptible detail had caught her attention. Behind the grooves of the helmet's visor, something seemed to glow. Could it be eyes? She had made this trip to inspect the armor, though he had thought it would surely be some optical effect.

She accessed the castle and was finally approaching the armor. Much taller than she was, she could not see inside through the grooves in the visor of the helmet. Alone in the room, she unfolded a small chair she was carrying, climbed up and stood at helmet height.

From that menacing interior, black eyes looked at her questioningly.

She wanted to get down from the small chair and could not. She could not move. The armor's right arm encircled her waist and pulled her to it until the pain made her moan. Slowly, the armor relinquished the pressure on her waist and gently deposited her on the floor.

The sound of an alarm caused several guards to appear in the room. When Ann told them what had happened to her, one of the guards could see that there was nobody inside the armor.

Once back home in Sweden, remembering that extraordinary experience made her think that the castle of Loarre wanted to enter her soul with that living armor.




 Ann

Ann viajó de vacaciones a España después de haber vivido unos años en Madrid durante su niñez. La historia de la edad media había sido su pasión desde que su padre, un gran diplomático, fue destinado a España.  Sus relatos habían estimulado la imaginación de la pequeña y nunca había dejado de recordar las visitas a aquellos silenciosos e impresionantes castillos que guardaban secretos inconfesables.

Bajó del avión y se dirigió al hotel. Esa misma tarde había reservado una visita al castillo románico de Loarre, en la provincia de Huesca. Sacó del bolso las fotos y las volvió a contemplar una vez más. En la foto más importante, aparecía una enigmática armadura situada a la entrada de un espléndido salón. Había examinado la foto muchas veces ya que un casi imperceptible detalle le había llamado la atención. Tras las acanaladuras de la visera del yelmo, parecía brillar algo. ¿Podrían ser unos ojos? Había hecho este viaje para inspeccionar la armadura, aunque había pensado que seguramente se trataría de algún efecto óptico.

Accedió al castillo y por fin se acercaba a la armadura. Mucho más alta que ella, no podía ver el interior a través de las acanaladuras de la visera del yelmo. Sola en la estancia, desplegó una pequeña silla, se subió y se situó a la altura del yelmo.

Desde aquel interior amenazador, unos ojos negros la miraban interrogadores.

Quiso bajar de la pequeña silla y no pudo. No podía moverse. El brazo derecho de la armadura le rodeó la cintura y la atrajo hasta ella hasta que el dolor le hizo gemir. Lentamente, la armadura cedió la presión sobre su cintura y la depositó suavemente en el suelo.

Una vez de vuelta en su hogar, en Suecia, recordando aquella extraordinaria experiencia le hizo pensar que el castillo de Loarre quiso entrar en su alma con aquella armadura viva.