Ann
Ann traveled
on vacation to Spain after having lived in Madrid for a few years during her
childhood. The history of the Middle Ages had been her passion ever since her
father, a great diplomat, was stationed in Spain. His stories had stimulated the little girl's
imagination and she had never stopped remembering visits to those silent and
impressive castles that held unspeakable secrets.
She got off
the plane and headed for the hotel. That same afternoon she had booked a visit
to the Romanesque castle of Loarre, in the province of Huesca. She took the
photos out of her bag and looked at them once more. In the most important
photo, there was an enigmatic suit of armor at the entrance to a splendid hall.
She had examined the photo many times as an almost imperceptible detail had
caught her attention. Behind the grooves of the helmet's visor, something
seemed to glow. Could it be eyes? She had made this trip to inspect the armor,
though he had thought it would surely be some optical effect.
She accessed
the castle and was finally approaching the armor. Much taller than she was, she
could not see inside through the grooves in the visor of the helmet. Alone in
the room, she unfolded a small chair she was carrying, climbed up and stood at
helmet height.
From that
menacing interior, black eyes looked at her questioningly.
She wanted
to get down from the small chair and could not. She could not move. The armor's
right arm encircled her waist and pulled her to it until the pain made her
moan. Slowly, the armor relinquished the pressure on her waist and gently
deposited her on the floor.
The sound of
an alarm caused several guards to appear in the room. When Ann told them what
had happened to her, one of the guards could see that there was nobody inside
the armor.
Once back
home in Sweden, remembering that extraordinary experience made her think that
the castle of Loarre wanted to enter her soul with that living armor.
Ann viajó de
vacaciones a España después de haber vivido unos años en Madrid durante su
niñez. La historia de la edad media había sido su pasión desde que su padre, un
gran diplomático, fue destinado a España. Sus relatos habían estimulado la imaginación
de la pequeña y nunca había dejado de recordar las visitas a aquellos silenciosos
e impresionantes castillos que guardaban secretos inconfesables.
Bajó del
avión y se dirigió al hotel. Esa misma tarde había reservado una visita al
castillo románico de Loarre, en la provincia de Huesca. Sacó del bolso las
fotos y las volvió a contemplar una vez más. En la foto más importante, aparecía
una enigmática armadura situada a la entrada de un espléndido salón. Había examinado
la foto muchas veces ya que un casi imperceptible detalle le había llamado la
atención. Tras las acanaladuras de la visera del yelmo, parecía brillar algo. ¿Podrían
ser unos ojos? Había hecho este viaje para inspeccionar la armadura, aunque
había pensado que seguramente se trataría de algún efecto óptico.
Accedió al
castillo y por fin se acercaba a la armadura. Mucho más alta que ella, no podía
ver el interior a través de las acanaladuras de la visera del yelmo. Sola en la
estancia, desplegó una pequeña silla, se subió y se situó a la altura del yelmo.
Desde aquel
interior amenazador, unos ojos negros la miraban interrogadores.
Quiso bajar
de la pequeña silla y no pudo. No podía moverse. El brazo derecho de la
armadura le rodeó la cintura y la atrajo hasta ella hasta que el dolor le hizo
gemir. Lentamente, la armadura cedió la presión sobre su cintura y la depositó
suavemente en el suelo.
Una vez de
vuelta en su hogar, en Suecia, recordando aquella extraordinaria experiencia le
hizo pensar que el castillo de Loarre quiso entrar en su alma con aquella
armadura viva.
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