Friday, April 28, 2017

El azar

Estaba sentado en la terraza de una cafetería leyendo tranquilamente el periódico y tenía la sensación de que alguien me estaba observando. Alcé la vista tratando de descubrir al ladrón de imágenes pero no pude sorprender a nadie mirándome. Sin embargo la sensación persistía y me hacía sentir incómodo. Al cabo de un rato me levanté y abandoné la terraza. Me dirigía a casa cuando un joven con gafas oscuras y un gorro de lana se interpuso en mi camino.
-¿Es usted el profesor Newmann?
Su voz sonaba metálica, como la emitida por un dispositivo de síntesis de voz.
-¿Quién es usted? ¿Qué quiere?
-Hemos secuestrado a su hija. Si la quiere volver a ver tiene que venir conmigo.
Me quedé petrificado. No podía reaccionar. Sofía era lo único que tenía en el mundo y no podía imaginar lo que estaría sufriendo en esos momentos.
-¿Qué le han hecho a mi hija? ¿Dónde la tienen?
-No haga preguntas y acompáñeme. No tenemos tiempo que perder.
Un coche de gran cilindrada, con los cristales tintados, nos esperaba aparcado cerca de allí. Forcejeamos y él me empujaba hacia el coche.
-No voy a ir a ninguna parte. ¡Dígame dónde está mi hija!
Un fuerte golpe en la nuca me dejó sin sentido. Cuando desperté estaba en casa, sentado en el sofá y Sofía muy asustada trataba de reanimarme. Todavía tenía un fuerte dolor en la nuca.
-¡Papá! Gracias a Dios. ¿Qué te ha ocurrido? Menudo susto nos has dado.
¿Nos? Me volví y detrás de mí estaba el joven con gafas oscuras y el gorro de lana.
Yo di un respingo que casi me hizo caer del sofá.
-Es Richard, un compañero de la facultad.
-Encantado de conocerle profesor Newmann.
Su voz era normal, no tenía aquel característico acento metálico.
Yo no sabía que explicación dar a todo aquello. Todo ocurría tan rápido que no tenía tiempo de pensar.
El joven se situó delante de mí y extendió la mano, pero en su ademán había algo extraño. Es como si no pudiera ver. Tardé unos segundos en reaccionar, y estreché su mano no sin cierta aprensión.
-Su hija ha tenido la amabilidad de invitarme a su casa y de presentarme a usted.
-Richard es ciego.
El joven se quitó las gafas y ¡las cuencas de sus ojos estaban vacías!
Creía estar viviendo una pesadilla. Miré suplicante a mi hija. Ella no sabía nada, o eso suponía yo, del episodio que me ocurrió en plena calle con el tal Richard.
-Pero cuéntanos qué te ha ocurrido. Hemos llegado a casa y te hemos encontrado en el sofá. Estabas inconsciente y no sabíamos qué hacer.

Mi querida hija había orquestado un plan para deshacerse de mí. Me enteré cuando la policía vino más tarde a detenerla. Ella, Richard y su hermano gemelo, habían decidido secuestrarme y asesinarme. Un plan en el que no habían tenido en cuenta el azar. Fue el azar el que me salvó la vida aquel día, ya que inspectores de policía que seguían a otro individuo desde un coche, vieron como forcejeaba con el hermano gemelo de Richard y llegaron a tiempo para detenerlo.

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