Autora: Natalie
English version: An extraordinary Carracosta story
El más oscuro
de los recuerdos
Era una noche
más en Serene Village. Esa noche no fue tan tranquila como la mayoría de las
noches, ya que la lluvia caía a cántaros. Un rayo atravesó el cielo mientras el
trueno retumbaba poco después. El viento sacudía violentamente las ramas de los
árboles.
Las casas
estaban herméticamente cerradas. Los vecinos habían comprobado que las puertas
estuvieran bien cerradas. Todo el mundo estaba intentando dormir a pesar del
ruido de la tormenta.
Carracosta descansaba en su cama,
tratando de dormir. La lluvia le recordó aquella noche de hacía dos años. La
noche del día en que sucedió aquello. Las aletas de Carracosta descansaban
sobre su cabeza.
Estos recuerdos no deberían acuciarme
en estos momentos. ¡Ella está aquí ahora y eso es lo que
importa! Pensó Carracosta. Miró por la ventana al cielo cubierto por la
tormenta.
—Ha pasado hora y media. ¿Todavía están en la colina? —se
preguntó Carracosta. Miró la mesa sobre la que había preparado el almuerzo para
Firefox y Pangonat. Sentía las piernas inquietas por la espera. —Voy a ver cómo
están.
Carracosta salió de su casa. Miró en la casa de al lado y estaba
vacía.
—Espero que Nuzleaf regrese. Quiero asegurarle que la culpa no
fue suya —suspiró antes de continuar.
—Buenos días señor Carracosta —dijo Roselia al pasar junto a él.
—Buenos días Roselia, ¿cómo está Budew? —preguntó Carracosta.
—Hoy está mejor. Todavia sigue un poco traumatizada por el
tiempo que pasamos en el abismo —respondió Roselia.
Carracosta trató de olvidar el tiempo que pasó en el abismo.
Recordó cuando estaba plantando bayas aranja y el cielo se oscureció de
repente. Miró hacia arriba y vio un manto de nubes púrpura que cubrían el
cielo. Una voz que decía ser Yveltal lanzó un mensaje escalofriante al mundo.
Un mensaje sobre lo que supondría el final de todos los Pokémon, a los que
enviaría al abismo. Cuando escuchó el mensaje, Carracosta se encogió de
hombros. Cuando el cielo se despejó continuó plantando sus bayas. Fue entonces
cuando escuchó a un niño gritar. Miró hacia arriba y vio a Yveltal sobrevolando
Serene Village. Una figura muy familiar cabalgaba sobre Yveltal. Antes de que
Carracosta pudiera decir o hacer algo, Yveltal liberó un aura púrpura y negra que
se extendió en todas direcciones sobre el pueblo. Carracosta no recordaba muy
bien cuándo impactó el aura sobre él. Solo recordaba haberse despertado
repentinamente en un lugar infernal.
Carracosta intentó dejar de pensar en aquel lugar aterrador. Continuó
caminando por el pueblo y saludando a los aldeanos cuando pasaba cerca de
ellos. El solo hecho de estar en el pueblo hacía que se sintiera renovado.
Carracosta subió a la colina del gran árbol. Era el lugar
favorito de Firefox. Le encantaba ir allí desde que tenía tres años.
Esa mañana, Firefox se despertó más temprano. La fennekin salió
y volvió corriendo.
—¡Papá! ¡Oye papá, mira esto! —gritó
Firefox, casi chocando con la mesa.
—¿Que pasa? —preguntó Carracosta.
—¡Hay una bonita luz en la colina
del gran árbol! —respondió Firefox.
Firefox volvió a salir corriendo.
Carracosta la siguió para ver el motivo de aquel alboroto. Vio a la fennekin
mirando la colina del gran árbol. Una esfera de luz azul flotaba sobre la
colina.
—¿No es bonito? ¡Me pregunto qué puede
estar pasando ahí arriba! —dijo Firefox.
—Puedes ir a verlo si quieres. Voy
a entrar. ¿Pangonat sigue durmiendo? —preguntó Carracosta.
—Sí, está fuera durmiendo como un
tronco. Debe estar agotado de anoche —respondió Firefox.
Carracosta no tenía ni idea de lo importante que estaba a punto
de convertirse la conversación. Una conversación que comenzó como algo sin
pensar pero que se grabaría de forma permanente en sus recuerdos como padre.
—¿Firefox? ¿Pangonat? —Carracosta los llamó cuando llegaba a la
cima del cerro.
Carracosta vio a un piplup llorando en lo alto del cerro. Tenía
las plumas revueltas.
—¿Pangonat? —preguntó Carracosta, caminando hacia el piplup.
Al escuchar su nombre, el piplup lo miró. Ver los ojos llorosos
del niño abatió y alarmó a Carracosta.
—¡Lo siento! —gritó Pangonat cerrando los ojos, y esto hizo que
brotaran lágrimas. Puso la cara en el suelo.
—¡¿Perdón?! ¡Pangonat! ¡Acabas de salvar al mundo! ¡¿Cómo puedes
estar arrepentido?! —Carracosta preguntó
en voz alta.
—No tenía ni idea de lo que costaría derrotar a Dark Matter —gritó
Pangonat, tapándose los ojos con las aletas.
—¿Coste? ¿Qué coste?! Pangonat, tú y Firefox habeis salvado a todas
las vidas de este planeta. ¿Entiendes lo orgulloso que estoy de vosotros dos?
Deberíais sentiros muy bien con vosotros mismos —dijo Carracosta.
—Pero sin ella, yo … —comenzó Pangonat, y no pudo continuar.
—Pangonat, ¿dónde está Firefox? —preguntó Carracosta, mirando alrededor
del cerro. Las sirenas se activaban en la mente de Carracosta cuando no veía a
la fennekin por ningún lado.
—¡Y pensé que sería yo! —gritó Pangonat.
—Pangonat, no te entiendo. ¡¿De qué estás hablando?! —preguntó
Carracosta. Carracosta nunca había tenido tantas ganas de ver a su hija.
—¡Debería haber vuelto al mundo de los humanos, eso es lo que
pensé que se suponía que iba a pasar! —gritó Pangonat.
Carracosta recordó haber escuchado que Pangonat solía ser un
humano. Firefox lo mencionó en la celebración de la noche anterior. Al parecer,
era un humano del pasado antiguo convocado por el mítico Mew.
—¡Quería quedarme aquí, pero no así! —gritó Pangonat.
—Pangonat, ¿qué pasa? ¡No me digas que has estado así todo el
tiempo! Llevas aquí una hora y media. Podrías haber visto una película completa
en el Meowth Theater durante ese tiempo! —gritó Carracosta, perdiendo la
paciencia.
—¡¿Qué se supone que debo hacer ahora?!" —gritó Pangonat.
—¡Pangonat! ¡Por favor dime qué te preocupa! —gritó Carracosta.
Aunque hubiera querido saber lo que sucedió, Carracosta también comenzaba
a temer el motivo. Nunca había visto a Pangonat llorar así. Y Firefox no
aparecía por ningún lado. Si Pangonat estaba realmente tan preocupado por algo,
Firefox seguramente podría consolar.
—Firefox ... —gritó Pangonat, quitándose las aletas de la cara.
Levantó la cara del suelo y miró al cielo.
—¡Por favor dime dónde está! ¡Estoy empezando a preocuparme! —gritó
Carracosta. A través del caparazón podía sentir el corazón latiendo
rápidamente.
—Me dijiste que no llorara, pero ya estaba llorando. Siento no
haber podido cumplir tu último deseo, —gritó Pangonat.
Carracosta quiso decir algo, pero se dio cuenta de con quién
estaba hablando Pangonat en la distancia. Incluso dijo el nombre de ella.
¡No! ¡No puede ser! Firefox no puede ser… pensó Carracosta. Sus
pulmones se inhalaban y expulsaban aire rápidamente.
—¡Pangonat! ¡¿Qué le ha pasado a Firefox?! —gritó Carracosta.
Temía estar a punto de empezar a vivir la peor pesadilla que puede tener un padre.
Pangonat se incorporó después de haber estado acostado boca
abajo. Fijó sus ojos en una nube que se movía.
—Eras sólo una niña pequeña. Tenías una vida. Tenías un sueño.
Querías ser como las nubes. Querías explorar el mundo. Tenías toda una vida por
delante. ¡Y mucho por vivir! —¿Yo? Solo soy un ser humano cualquiera. Me
enviaron aquí para salvar al mundo. ¡Solo existo en este estado por ese único
propósito! Puede que no tenga recuerdos de mi vida humana, ¡pero sé que no
pertenezco a esto! —¡Lo hiciste!, —gritó Pangonat.
Las palabras golpearon a Carracosta como un rayo. Todavía no
sabía lo que había pasado, pero si sabía que su vida estaba a punto de sufrir la
inclemencia de unas oscuras nubes de tormenta.
—¡¿Por qué tenías que ser una reencarnación de Mew?! ¡¿Por qué
tenías que ser parte de Dark Matter?! ¡¿Por qué de todos los Pokémon, tenías
que ser tú?! ¿Por qué Mew tuvo que poner su espíritu en una niña inocente
sabiendo lo que pasaría cuando Dark Matter fuera derrotado? Tu destino fue tan
injusto. O morirías sola, o con el resto del mundo. El que tú existieras
siempre ha significado que el mundo no era seguro. —Nunca se podría vivir en un
mundo con un futuro de paz total, —gritó Pangonat.
Carracosta apenas podía asimilar las palabras de Pangonat. Si lo
estuviera escuchando en otro contexto, se habría asombrado de que su hija fuera
en realidad una reencarnación de Mew. Pero estaba demasiado distraído por el
hecho de que también esa era la razón por la que ella no estaba allí. La razón
por la que nunca volverá a estar allí.
Carracosta no pudo escuchar más. Se apartó del piplup matutino. Comenzó
a correr de regreso a casa. Las lágrimas nublaban su vista. Ni siquiera
recordaba la última vez que había llorado.
—Buenas tardes, señor Carracosta, —lo saludó una voz. Carracosta
pasó como si no se diera cuenta. —¿Sr. Carracosta?
Carracosta se sintió como si estuviera corriendo a través de una
mazmorra oscura y fría. Una mazmorra con una cantidad infinita de pisos. Una
mazmorra donde siempre se encuentra la habitación de las escaleras en último
lugar. Una mazmorra con enemigos que consumen semillas revividoras. Una mazmorra
donde cada habitación es una casa de monstruos. Una mazmorra donde los comerciantes
de kecleon atacan incluso aunque nadie les robe. Una mazmorra sin elementos
útiles. Una mazmorra donde cada baldosa es una trampa. Una mazmorra en la que
se regresa del final al principio. Una mazmorra sin salida.
Carracosta iba adormilado mientras se acercaba a su casa. Sus
pies y cola comenzaban a dejar un rastro en el camino. Su visión se parecía a
un parabrisas mojado con los limpiaparabrisas rotos, tratando de avanzar bajo
una lluvia intensa.
"¿Señor Carracosta?
¿Está bien?"
Carracosta no quería hablar con nadie.
Abrió de golpe la puerta de su casa. Casi la arrancó. Entró
corriendo y cerró la puerta detrás de él.
—¡¿Carracosta?! ¡¿Qué ha pasado?!
Esa noche había tormenta. El viento azotaba las calles del
pueblo. El agua a chorros caía violentamente del cielo. Un rayo atravesó el
cielo.
¡Kraaaak!
Carracosta ya sabía que tendría una noche de insomnio. Dio
vueltas y vueltas en su cama. Cerró los ojos, pero no conseguía dormir.
Es inútil. Pensó. Miró la mesa. La comida estaba
intacta. La había cocinado para Pangonat y Firefox.
Un ataque de rabia se gestaba dentro de Carracosta. Sintió un
repentino impulso de indignación en su interior.
—¿Por qué Mew tuvo que poner su
espíritu en una niña inocente, sabiendo lo que pasaría cuando Dark Matter fuera
derrotado?
Carracosta no entendía por qué recordaba esa frase en concreto,
pero recordar esa combinación de palabras en ese orden le hervía la sangre.
"¡¿POR QUÉ?!" gritó Carracosta.
Pasó su aleta por la mesa, tirando los platos. La golpeó contra
la mesa, partiéndola por la mitad. Arrojó una olla al otro lado de la
habitación, derramando el contenido que no recordó que tenía. El padre,
afligido, utilizó Aqua Tail sobre una pila de platos sucios de la noche
anterior, causando una explosión de fragmentos.
—¡¿POR QUÉ FUE ESTA LA MANERA EN LA QUE TENÍAN QUE OCURRIR LAS
COSAS ?! —gritó Carracosta, golpeando cada objeto. Empleó Rock Slide sobre la
mesa ya rota. —JUSTO CUANDO LAS COSAS ESTABAN EMPEZANDO A MEJORAR!
Carracosta sintió que sus propias palabras le golpeaban. Las
llamas en su interior se apaciguaron cuando se sentó junto a su cama. Observó
el desastre que acababa de hacer.
—¿Qué he hecho? —se preguntó Carracosta.
Carracosta sabía que no tendría ánimos para limpiarlo todo a
continuación. Se tapó la cabeza con las aletas mientras un rayo iluminó la
habitación durante una fracción de segundo.
—Esto no me lleva a ninguna parte, —suspiró. Se recostó en su
cama. Cerró los ojos e intentó dormir.
¡Crack-a-boom!
—¡Papá! ¡Tengo miedo!
Los ojos de Carracosta se abrieron de golpe. Se sentó como si
despertara de una pesadilla. Indudablemente reconocía a quien pertenecía aquella
voz.
—¡¿Firefox ?! —gritó Carracosta.
Carracosta corrió hacia la habitación de Firefox. Vio las dos
camas vacías, revueltas todavía desde la última vez que Pangonat y Firefox
durmieron en ellas.
—¿Qué esperaba? —gritó Carracosta. Se sentó junto a la cama de
Firefox. —Por supuesto que no está aquí, ella... se ha ido. ¡Ni siquiera sé qué
creer ahora!
—¡Firefox! ¡Deberías estar
durmiendo! ¡Mañana hay escuela! ¡No te quedarás dormido en medio de la clase!
¡Vuelve a la cama!
Carracosta parpadeó confundido. No tenía idea de por qué estaba
escuchando su propia voz. Carracosta no sabía si estaba alucinando o se trataba
de un sueño.
"¡Pero papá, no puedo
dormir!"
Carracosta se estremeció ante aquella falsa esperanza. Firefox
se había ido y nunca podría volver a hablar con ella. La voz no era más que la
de un fantasma.
"¡Bueno, es medianoche!
¡Necesitas dormir! No quiero escuchar cualquier excusa que se te ocurra,
¿entiendes?"
Carracosta se avergonzó de las palabras que estaba escuchando.
¡Ka-boom!
"¡Ahhh!"
—¡Firefox! Es solo ruido que viene
del exterior. ¡Siempre que no seas tan tonta como para salir, estarás bien!
¡Esta es mi última advertencia! ¡Vuelve a la cama o mañana tendrás que hacer tareas
extra!
—¿Realmente sucedió aquello? ¿Y cuándo podría haber ocurrido? —se
preguntó Carracosta. Hurgó en sus recuerdos buscando un momento como aquel. Fue
entonces cuando se dio cuenta de que no estaba escuchando aquellas voces.
—¡Lo siento, papá!
En aquel recuerdo, Carracosta podía escuchar a Firefox
resoplando. Recordó que sucedió hacía unos años cuando Firefox tenía miedo a
los truenos. Se preguntó si Firefox dormiría después de aquello.
Recordó lo que le dijo a su hija en la celebración sorpresa.
Prometió ser mejor padre. Aunque sabía que no vería a Firefox con tanta
frecuencia debido a su trabajo en la Sociedad de Expediciones, quería tratar de
ser menos severo con ella.
De sus ojos brotaron lágrimas de padre. Aquella celebración fue
la primera y última vez que le dijo a Firefox lo orgulloso que estaba de
ella. La primera y última vez que sintió el verdadero orgullo de padre. Parecía
demasiado tarde para haber sido la primera. Carracosta conocía a Firefox desde
que la encontró. Ese día caminó por Revelation Mountain y encontró a una bebé
fennekin envuelta en bufandas de lima y viridián. Innumerables preguntas surgían
en la mente de Carracosta.
Tenía que haber al menos una vez en
la que Firefox hizo algo bueno. Incluso con todas sus travesuras, ¡tenía que
haber algo! ¿Estaba demasiado concentrado en los aspectos negativos para darme
cuenta? ¿Estaba demasiado cegado por la frustración que sentí cuando los
aldeanos se quejaron sobre el comportamiento reprobable de Firefox? ¿Estaba
demasiado concentrado en hacer que su personaje fuera impecable para darme
cuenta de sus buenas cualidades? Siempre la amé y solo quería lo mejor para
ella, pero ¿y si fuí demasiado duro? ¿Podría ser por eso que se escapó a una
edad tan temprana? Claro, estaba Pangonat tratando de escapar del Beheeyem y
todo eso, pero ...
Carracosta se derrumbó justo delante de la cama vacía de
Firefox. Puso la cabeza entre sus aletas y la hundió contra el suelo.
—¡Tenía que haber algo que me perdí! Salvar el mundo nunca puede
ser el primer logro de un héroe —gritó Carracosta.
Se arrastró y miró por la ventana. Sintió que estaba imitando lo
que vio hacer a Pangonat antes.
—Firefox ... probablemente no puedas oírme ahora pero ... donde
sea que estés, si estás en algún lugar, ¡solo quiero pedir perdón! ¡Lo siento,
no pude ser un mejor padre! Lo siento, siempre te regañé los pequeños defectos
que tuviste. Siento haberte hecho sentir bien en raras ocasiones. ¡Siento todo
lo que he hecho mal! –gritó Carracosta.
Siguió mirando por la ventana. Vió que la tormenta se iba
calmando a medida que pasaba la noche. Justo antes de que comenzara a salir el
sol, las nubes de la tormenta comenzaron a disiparse. Un grupo de estrellas se dejó
ver cuando se disiparon las nubes. Y Carracosta podría haber jurado que esas
estrellas tenían la forma de la cara de una fennekin.
—¿Acabo de recordar todo lo que pasó ese día y esa noche? —Se
preguntó Carracosta. Carracosta miró la cama de Firefox. —Estoy tan contento de
que Pangonat haya podido traerla de regreso. Tuve suerte, en comparación con la
mayoría de los padres que están sufriendo.
Carracosta suspiró mientras miraba al exterior. —Espero que las
encuentren. Quiero que sientan la misma alegría que yo. Cuando Firefox llegó a
casa. Es triste lo injusta que puede ser a veces la vida, —suspiró Carracosta. Carracosta
negó con la cabeza. —Creo que la vida nunca puede tratar a todos por igual. No
importa cuántas veces lo intentemos.
Carracosta observó que la tormenta comenzaba a calmarse. Se
abrió un agujero en el manto de nubes, revelando el mismo grupo de estrellas
que Carracosta vio esa noche. Era solo un grupo corriente de estrellas, pero
Carracosta nunca pudo dejar de ver cuánto se parecía a su hija.
—Me pregunto si Firefox ha recibido alguna vez el mensaje. Tal
vez debería hablar con ella la próxima vez que visite el pueblo, —se dijo
Carracosta.