Miroslav descubrió por casualidad el placer del onanismo a
los once años. Se sorprendió tanto que pensó que aquello debía conocerlo todo
el mundo y, ni corto ni perezoso se lo contó a su padre. Le sorprendió la
reacción de su progenitor, dada la confianza mutua y el ejercicio diario de confidencialidad
que se profesaban. Su padre se quedó callado y se puso a mirar para otro lado,
carraspeó y le dijo que no sabía nada sobre aquello.
-Pues lo tienes que probar. Es muy raro que no lo hayas
descubierto con lo mayor que eres.
Estaba claro que aquello no era un plato de buen gusto para
su padre, ya que se puso rojo como un tomate y empezó a moverse de un lado para
otro.
-Yo lo descubrí el otro día cuando fui al baño….
-Por favor Miroslav. Déjalo ya.
Miroslav se convenció de que los mayores eran muy raros. Se
les intenta explicar algo con lo que pueden disfrutar, pero ellos no quieren escucharlo.
Aquella conversación supuso un antes y un después en la relación con su padre.
Miroslav pensaba contárselo a todos los compañeros de clase
y se los imaginaba dándole las gracias por compartir su magnífico descubrimiento.
O mejor, se lo preguntaría al profesor para que sacara a todos de dudas.
Pero afortunadamente existen los milagros. Justo antes de
hacer su pregunta, un amigo le confesó haber descubierto su mismo secreto, y
que cuando le preguntó a sus amigos, le
habían dicho que eso lo sabía todo el mundo pero que nadie decía nada.
¡Menuda decepción! Él, que creía que había descubierto la
pólvora y resulta que todo el mundo estaba al tanto del tema y además lo
disfrutaba en secreto.
No volvería a confiar en nadie. ¡En nadie!
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