Salió de la fábrica muy contento. Era un día espléndido, con
un sol radiante, y la gente le sonreía al pasar. Llegó a su casa con la sensación
de que le faltaba algo. Era una sensación que experimentaba casi todos los días.
Se propuso saber qué le ocurría y salió a la calle, se mezcló con la gente,
imitó sus costumbres, se deslizó entre los intrincados recovecos del alma y
finalmente supo que le faltaba lo más querido entre los seres humanos: los
sentimientos. Ansió experimentarlos y armado de una inquebrantable voluntad estudió todas las teorías, interiorizó todos
los matices de los que hablaban los sabios pero no consiguió nada. Nadie le
había dicho que era un humanoide de última generación.
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