Omran no dice nada. Su frágil figura y su mirada ausente lo
dicen todo. En su mente se agolpan los recuerdos de los últimos días y del momento
en el que fue rescatado. Piensa que la vida es así porque no ha conocido otra
cosa, pero la experiencia de la última noche, en la que el sonido sibilante de
las bombas, la desesperación de la familia por ponerse a salvo y los gritos de
sus padres y hermanos, le hicieron sentir mucho miedo.
Desamparo. Está esperando en la ambulancia, pero no sabe qué
ni a quién espera. Piensa en sus amigos con los que juega en la calle cuando no
hay peligro, en los juguetes hechos de trozos de metal y madera con los que
llenan de imaginación cada día. Alguien le pregunta cómo está, pero es incapaz
de articular ningún sonido. Vuelven los recuerdos de esa noche y la angustia se
apodera de él, aunque no exterioriza nada. Recuerda la calle, en la que solo
quedan en pie algunos edificios, donde juegan a ser otros, a crear un mundo
fantástico en el que la realidad no existe.
Llevan a su hermana junto a él, pero sigue encerrado en sus
pensamientos, sin que ningún sentimiento cambie su rostro triste y apagado. Lo
que ha vivido ha destruido todos los puentes que le llevaban a comunicarse con
los demás. Piensa en su madre, pero en
la lejanía, como si el recuerdo se fuera apagando lentamente.
Muchos Omran pueblan este mundo. ¿Cómo reconstruir su mundo?
¿Cómo devolverle la niñez?